Los siameses cuentan que, cuando el Creador dio la vida a los animales, se encontró al final con varias piezas sobrantes que reunió poniéndolas todas juntas: así nació el tapir malayo.
Esta leyenda se aviene muy bien con este extraño mamífero blanco y negro que tiene la estructura de un cerdo, las patas posteriores de un rinoceronte, y la larga nariz de elefante.
El tapir habita en la más espeso de la jungla junto a los cursos de agua donde puede bañrse frecuentemente, tanto para refrescarse como para protegerse de las picaduras de los insectos.
Los pequeños son de color marrón y con estrías blancas. Conforme van creciendo, en la mitad de la capa las estrías van desapareciendo, mientras que en la otra mitad se van haciendo grandes dando lugar a la zona blanca de su piel.
El tapir, de carácter pacífico, prefiere huir antes que atacar pero a veces, para proteger a sus pequeños, la hembra se lanza sobre los intrusos. Se han dado casos de hombres atacados por estos animales.