EL GRAN PENITENTE

 

 

Cuenta una antigua leyenda, que vivía en un pueblo de Palestina, un hombre cubierto con túnicas y que nunca dejaba ver su rostro. Vivía en un lujoso castillo, en la cumbre de la colina que dominaba todo el valle. Nadie sabía quién era ni como se llamaba, pero eso sí, toda la comarca sabía que se trataba de un hombre muy generoso que siempre auxiliaba a todo aquél que acudía en busca de ayuda. Por esas características supusieron que se trataba de un “Gran Penitente”, que estaba pagando sus culpas ayudando a los demás de forma anónima. Su generosidad se hizo conocida en los alrededores y mucha gente buscaba al “Gran Penitente” apelando a la generosidad de su condición.

El “Gran Penitente” construyó un acueducto, equipó una escuela y levantó una sinagoga para la comunidad. Sin querer se había convertido en el “mecenas” de la comunidad ganándose así el aprecio de sus conciudadanos. Un día llego a oídos del “Gran Penitente” que un gran profeta se había levantado en Galilea, con palabras de autoridad y signos milagrosos similares a los que según Las Sagradas Escrituras, tendría el Mesías. Algunos enfermos del pueblo habían ido a su encuentro y retornaron totalmente curados anunciando que el Mesías había llegado. De pueblos vecinos llegó la noticia de ciegos que veían, cojos que caminaban, leprosos sanados y hasta la resurrección del hijo de una viuda que ya iba en cortejo fúnebre al sepulcro.

Una gran noticia sobrecogió al "Gran Penitente", cuando se enteró que la ruta que el galileo había tomado pasaría inexorablemente por la comarca. Ansiaba con ganas conocerlo pero un terror se apoderó de él al saber que tendría que poner en evidencia la causa de su vergüenza y el gran secreto de su vida... Se acercó al gran espejo de su recámara. Poco a poco fue desenvolviendo los lienzos que cubrían sus brazos y piernas, se quitó la capucha y la túnica contemplando el despreciable aspecto de su cuerpo carcomido por una lepra avanzada que dejaba ver, en algunos lugares, los huesos expuestos... Sabía muy bien que aquél Galileo era su única esperanza, sin embargo una lucha interior entenebrecía sus esperanzas, ¿estaría dispuesto a descubrir la vergüenza de su lepra ante una comunidad a la que con tanto esfuerzo había logrado ganar para sí?, ¿sería rechazado por sus conciudadanos?, y ¿qué pasaría con él si ese Galileo no pudiera curarlo?, ¿tendría que abandonar el pueblo y empezar de nuevo en otra parte?.

El galileo llegó al pueblo y toda la comunidad salió a su encuentro. El "Gran Penitente" se sentó en una roca, a una distancia prudencial que no lo comprometiera. Allí pudo constatar que todo lo que decían del galileo era cierto. En verdad se trataba de un hombre extraordinario y Dios corroboraba sus palabras con los grandes signos que se manifestaban ante sus propios ojos. Un impulso interior le decía que bajara y se  descubriera ante aquél Hombre de Dios; pero otra voz le decía que había mucha gente y era arriesgado tirar por la borda el afecto ganado en la comunidad con tanto esfuerzo. Decidió buscarlo de madrugada cuando no hubiera tanta gente a su alrededor.

El día siguiente, siendo aún oscuro, se levantó para ir al encuentro de aquél hacedor de milagros. Su sorpresa fue grande al descubrir que ya había una multitud aguardándolo. Decidió postergar el encuentro. Se enteró por uno de sus discípulos que el galileo iba a Jerusalén a celebrar allí la Pascua. Entonces pensó que sería a su retorno, cuando hubiera conseguido el suficiente valor, que clamaría a su misericordia y se descubriría ante él. Las terribles noticias que llegaron de Jerusalén acabaron con sus esperanzas.

Su orgullo y autosuficiencia habían impedido que se encontrará con el único ser capaz de sanar su cuerpo y salvar su alma. A las pocas semanas, cuando ya corría por las calles la noticia de que el galileo había vencido la muerte, unos aldeanos encontraron en la lujosa mansión del "Gran Penitente" su cadáver carcomido por la lepra.

(Cuento oral de autor desconocido, composición y redacción P. Charly García CJM)

 

Mi Querido hermano: ¿No serás tú ese “Gran Penitente” que escondes en tus logros personales y en apariencias la vergüenza de tu pecado?. ¿No será que estás dejando pasar la gran oportunidad para encontrarte con el único hombre capaz de sanar “tu lepra” y darle sentido a tu vida?. ¿No será tu falso orgullo y tu temor al “que dirán” lo que te impide acercarte a Jesús? ¡¡Cuidado!!, dice el Apóstol San Pablo: “Hoy es el día aceptable, hoy es el día de la salvación” II Corinitos 6,2 Si estás esperando una oportunidad más propicia, puede ser que llegues demasiado tarde. ¡¡No juegues con tu vida!!, ¡¡No arriesgues tu salvación!! Ahora es el momento de acercarte al aquél Galileo y dejar que sea él quien sane tu lepra y le dé, el sentido que tanto estás buscando para tu propia vida.

 

P. Carlos E. García Llerena CJM –  Tacna – Perú