EL
BIGOTE DEL TIGRE
Una
mujer joven llamada Yun Ok fue un día a la casa de un ermitaño de la montaña
en busca de ayuda. El ermitaño era un sabio de gran renombre, hacedor de
ensalmos y pociones mágicas.
Cuando
Yun Ok entró en su casa, el ermitaño, sin levantar los ojos de la chimenea que
estaba mirando, dijo:
Yun
Ok respondió:
-Oh,
Sabio Famoso, ¡estoy desesperada! ¡Hazme una poción!
-Sí,
sí, ¡hazme una poción! ¡Todos necesitan pociones! ¿Podemos curar un mundo
enfermo con una poción?
-Maestro-insistió
Yun Ok -, si no me ayudas estoy verdaderamente perdida.
-Bueno,
¿Cuál es tu problema?-dijo el ermitaño, resignado por fin a escucharla.
-Se
trata de mi marido-comenzó Yun Ok -. Tengo un gran amor por él. Durante los últimos
tres años ha estado peleando en la guerra. Ahora que ha vuelto, casi no me
habla, a mí ni a nadie. Si yo hablo, no parece oír. Cuando habla, lo hace con
aspereza. Si le sirvo comida que no le gusta, le da un manotazo y se va enojado
de la habitación. A veces, cuando debería estar trabajando en el campo de
arroz, lo veo sentado ociosamente en la cima de la montaña, mirando hacia el
mar.
-Sí,
así ocurre a veces cuando los jóvenes vuelven de la guerra- dijo el ermitaño-.
Prosigue.
-
No hay nada más que decir... quiero una poción para darle a mi marido, así se
vuelve cariñoso y amable, como era antes.
-¡Ja!
Tan simple ¿no?- replicó el ermitaño-. ¡Una poción! Muy bien, vuelve en
tres días y te diré qué nos hará falta para esa poción.
Tres
días más tarde, Yun Ok volvió a la casa del sabio de la montaña.
-Lo
he pensado- le dijo-. Puedo hacer tu poción. Pero el ingrediente esencial es el
bigote de un tigre vivo. Tráeme su bigote y te daré lo que necesitas.
-¡El
bigote de un tigre vivo!- exclamó Yun Ok -. ¿Cómo haré para conseguirlo?.
-Si
la poción es tan importante, obtendrás éxito- dijo el ermitaño. Y apartó la
cabeza, sin más deseos de hablar.
Yun
Ok se marchó a su casa. Pensó mucho en cómo conseguiría el bigote del tigre.
Hasta que una noche, cuando su marido estaba dormido, salió de su casa con un
bol de arroz y salsa de carne en la mano. Fue al lugar de la montaña donde sabía
que vivía el tigre. Manteniéndose alejada de su cueva, extendió el bol de
comida, llamando al tigre para que viniera a comer. El tigre no fue.
A
la noche siguiente, Yun Ok volvió a la montaña, esta vez un poco más cerca de
la cueva. De nuevo ofreció al tigre un bol de comida. Todas las noches Yun Ok
fue a la montaña, acercándose cada vez a la cueva unos pasos más que la noche
anterior. Poco a poco, el tigre se acostumbró a verla allí.
Una
noche, Yun Ok se acercó a pocos pasos de la cueva del tigre. Esta vez el animal
dio unos pasos hacia ella y se detuvo. Los dos quedaron mirándose bajo la luna.
Lo mismo ocurrió a la noche siguiente, y esta vez estaban tan cerca que Yun Ok
pudo hablar al tigre con una voz suave y tranquilizadora. La noche siguiente,
después de mirar con cuidado los ojos de Yun Ok, el tigre comió los alimentos
que ella le ofrecía. Después de eso, cuando Yun Ok
iba por las noches, encontraba al tigre esperándola en el camino. Cuando
el tigre había comido, Yun Ok podía
acariciarle la cabeza suavemente con su mano. Casi seis meses habían pasado,
desde la noche de la primera visita. Al final una noche después de acariciar la
cabeza del animal, Yun Ok dijo:
-
Oh, Tigre, animal generoso, es preciso que tenga uno de tus bigotes. ¡No te
enojes conmigo!
Y
le arrancó uno de sus bigotes.
El
tigre no se enojó, como ella temía. Yun Ok
bajó por el camino, no caminando sino corriendo, con el bigote aferrado
fuertemente en la mano.
A
la mañana siguiente, cuando el sol asomaba desde el mar, ya estaba en la casa
del ermitaño de la montaña.
-
¡Oh!-Gritó, ¡Lo tengo! ¡Tengo el bigote del tigre! Ahora puedes hacer la
poción que me prometiste para que mi marido vuelva a ser cariñoso y amable.
El
ermitaño tomó el bigote y lo examinó. Satisfecho, pues realmente era de
tigre, se inclinó hacia adelante y lo dejó caer en el fuego que ardía en su
chimenea.
-¡Oh,
señor!-gritó la joven mujer, angustiada-¡Qué hiciste con el bigote!
-Dime
cómo lo conseguiste-dijo el ermitaño.
-Bueno,
fui a la montaña todas las noches con un bol de comida. Al principio me mantuve
lejos, y me fui acercando un poco cada vez, ganando la confianza del tigre. Le
hablé con voz cariñosa y tranquilizadora para hacerle entender que sólo
deseaba su bien. Fui paciente. Todas las noches le llevaba comida, sabiendo que
no comería. Pero no cedí. Fui una y otra vez. Nunca le hablé con aspereza.
Nunca le hice reproches. Y por fin, una noche dio unos pasos hacia mí. Llegó
un momento en que me esperaba en el camino y comía del bol que yo llevaba en
mis manos. Le acariciaba la cabeza y él hacía sonidos de alegría con la
garganta. Sólo después de eso le saqué el bigote.
-Sí,
sí- dijo el ermitaño-, domaste al tigre y te ganaste su confianza y su amor.
-Pero
tú arrojaste el bigote al fuego- exclamó Yun Ok llorando-. ¡Todo fue para
nada!.
-No,
no me parece que todo haya sido para nada- repuso el ermitaño- Ya no hace falta
el bigote. Yun Ok, déjame que te pregunte algo: ¿es acaso un hombre más cruel
que un tigre? ¿Responde menos al cariño y la comprensión? Si puedes ganar con
cariño y paciencia el amor y la confianza de un animal salvaje y sediento de
sangre, sin duda puedes hacer lo mismo con tu marido.
Al
oír esto, Yun Ok permaneció muda unos momentos. Luego avanzó por el camino,
reflexionando sobre la verdad que había aprendido en la casa del ermitaño de
la montaña.
Harold
Courlander Remitido por Carter Case
Cuando
ciertas situaciones se escapan de nuestras manos y no sabemos que hacer,
entramos en un estado de casi desesperación que muchas veces turba nuestro
entendimiento. Y muchas personas optan por recurrir a quienes pretenden darles
soluciones mágicas a los problemas. Pero debe tenerse en cuenta que si esas
soluciones mágicas existieran de verdad, los problemas no existirían, ya que
desaparecerían de la vida de la gente. En la antigüedad, los magos y los
alquimistas pretendían encontrar sustancias que resolvieran los grandes temas
que preocupaban a las personas: La riqueza, la salud, la juventud, el amor, y
muchos otros. Y realmente sería fantástico conseguir alguna pócima que, por
ejemplo, nos permitiera tener para siempre la felicidad. O que existiera
realmente el Nepente, que era un remedio que, según los antiguos, curaba los
males del espíritu, como la tristeza, la melancolía, la angustia... Pero nada
de eso existe. En cambio, la tristeza, la infelicidad, la angustia, la melancolía,
sí existen; existen de verdad. Y en los días en que vivimos parecen tener cada
vez más fuerza. A veces la gente pone mucha fe y muchísimo esfuerzo (y en
ocasiones mucho dinero) para cumplir a rajatabla las indicaciones de los que
aportan soluciones mágicas. Y, casi seguro, no obtendrán ningún resultado.
Pero no se dan cuenta de que si pusieran el mismo empeño y la misma confianza
en conseguir la solución a través de un método real, tangible, con los pies
sobre la tierra, seguramente obtendrían los resultados esperados, pero de
verdad. Y tengamos en cuenta que, si bien los brebajes, filtros y pociones mágicas
no existen, hay otras cosas que no lo son, pero parecen: El amor, la familia, la
amistad. Cuidémoslos. Ellos son el gran Nepente de nuestros días.
Reflexión: Graciela Heger A.