HARÍA
CUALQUIER COSA
Jack
tenía parálisis cerebral. Era cuadripléjico y empleaba el restringido
movimiento que tenía en una mano
para empujar la palanca que movía su silla de ruedas eléctrica. A pesar de que
no era alumno mío, a menudo asistía a mis conferencias y participaba en grupos
de discusión. Yo tenía dificultades para entender lo que decía y confiaba en
gran medida en sus compañeros de clase para que lo interpretaran. Él compartía
sus preocupaciones y frustraciones personales conmigo, conmoviéndose
profundamente. ¡Era valiente para ser tan vulnerable!
Un
día, después de clase, Jack se me acercó y dijo que quería trabajar. En ese
momento yo estaba entrenando a adultos gravemente discapacitados para trabajar
en puestos dentro y fuera del campus en la Universidad de Fresno City. Le
pregunté: -¿Dónde?
-Con
usted en la cafetería-me respondió.
Asombrada
en el primer instante, pensé en las destrezas necesarias para limpiar mesas,
cargar lavaplatos, barrer, pasar el trapo, ordenar provisiones, etcétera.
¿Cómo
podría una persona cuadripléjica intervenir en ese tipo de programa de formación?
No
pude responderle. Tenía la mente en blanco.
-¿Qué
te gustaría hacer, Jack?- le pregunté, esperando que tuviera algo pensado.
Su
respuesta fue firme: -¡Haría cualquier cosa!-me dijo con una sonrisa.
¡Oh,
cómo me gustó su ánimo y su voluntad y cuánto admiré su convicción!
Acordamos
encontrarnos en la cafetería a las diez de la mañana del otro día.
Me
pregunté si sería puntual. ¿Podía siquiera leer la hora? A la mañana
siguiente, oí su silla de ruedas quince minutos antes de la cita. En silencio
imploré consejo y lucidez.
A
las diez de la mañana nos encontramos. A las diez y un minuto, Jack estaba
listo para empezar a trabajar. Su entusiasmo hacía que su forma de hablar fuera
todavía más difícil de entender. En mi esfuerzo por encontrar una manera de
que Jack participara de manera significativa en un programa vocacional de
formación, me enfrenté con un obstáculo tras otro.
Su
silla de ruedas impedía que se acercara demasiado a las mesas. Era incapaz de
usar las manos salvo para apretar. Intenté algunas adaptaciones sin éxito. Al
ver mi frustración, un preceptor de buen corazón se ofreció para ayudar. En
media hora había encontrado una solución. Acortó el mango de un cepillo para
que cupiera cómodamente bajo el brazo de Jack y pudiera ser manipulado con una
mano. El cepillo se ubicó de tal manera que pudiera alcanzar la tabla de las
mesas. Con la otra mano, Jack impulsaba su silla, limpiando la superficie de las
mesas mientras se movía.
¡Jack
estaba en el cielo! Se sentía orgullosísimo de ser un participante activo y no
sólo un observador.
Cuando
lo miraba, advertía que podía sacar las sillas de su camino usando su silla de
ruedas. Se creó un nuevo trabajo para Jack: apartar las sillas de las mesas que
estaban diseñadas para sillas de ruedas y alinearlas contra la pared, fuera del
camino. Jack cumplía ese trabajo con gusto y orgullo.
¡Su
autoestima rebasaba! ¡Por fin se sentía capaz y digno!
Un
día Jack se me acercó cubierto de lágrimas. Cuando le pregunté qué pasaba,
me explicó que la gente no lo dejaba hacer su trabajo. Al principio no entendí
lo que quería decir, luego lo observé tratando de mover las sillas. Le costaba
tanto esfuerzo, que los alumnos bienintencionados pensaban que estaba luchando
para sacar las sillas de su camino y las movían para dejarle el campo libre. Él
trataba de explicar, pero nadie se tomaba el trabajo de escucharlo. El problema
se resolvió cuando hice estas tarjetas para que Jack llevara sobre su bandeja:
¡Hola!
Mi nombre es Jack.
Trabajo
en la cafetería.
Mi
tarea es limpiar mesas
y
mover ciertas sillas hacia la pared.
Si
quieren ayudarme,
POR
FAVOR háganme una gran sonrisa
y
díganme qué buen trabajo
estoy
haciendo.
Jack
desplegaba y compartía estas tarjetas orgullosamente. Los estudiantes empezaron
a tomarse a Jack y su trabajo en serio. Ese semestre experimentó la autoestima
que se siente cuando uno percibe que es reconocido y apoyado.
Su
voluntad siempre será una inspiración para mí cuando busco, y encuentro, para
mis alumnos y para mí, nuevos caminos tendientes a superar los obstáculos de
la vida y ser lo mejor que podemos con los talentos que Dios nos dio.
Dolly
Trout
La
voluntad es algo impresionante. Puesta al servicio de un objetivo, puede lograr
aún lo que parece imposible. Y cuando se pone en marcha, no hay obstáculo que
pueda detenerla.
El
hombre busca sin cesar la respuesta a un cerrado interrogante: ¿Para qué
vivo?. Y trata de sentirse útil, de sentirse importante, de sentirse
significativo, de sentirse querido y reconocido, precisamente para justificar su
existencia. Hay quienes se sienten importantes, y llevan una excelente
comunicación consigo mismos. Pero también hay quienes tienen muy baja su
autoestima, y se sienten inferiores, malqueridos, inútiles. Pero la mayoría de
las veces, en estos casos, las sensaciones no tienen correlato con la realidad.
Es un problema de uno mismo, de autoestima pura, porque los demás no nos ven de
la misma manera que nosotros nos sentimos. Y más allá de cualquier otra
consideración hay una verdad irrefutable que debe ser tenida muy en cuenta:
Cada uno de nosotros es un ser único e irrepetible. Y como tales, tenemos
nuestro valor intrínseco. La clave está en saber descubrirlo, en visualizarlo,
en sentirlo en toda su magnitud. Entonces, cuando sintamos que nuestra
autoestima nos traiciona, cuando sintamos que nos auto desvalorizamos, cuando
sintamos que no servimos para nada, cuando sintamos y aceptemos que todo nos
salga mal, pensemos en todos aquellos seres que, con verdaderas dificultades de
salud, con sus capacidades físicas restringidas, día a día se superan a sí
mismos en esa cuestión de sentirse útiles. Y si en algún momento sentís que
tu existencia no tiene razón de ser, tené en cuenta que, mientras haya una
persona que te quiera, tu vida ya tiene el máximo sentido. Aquí, escribiendo
estas palabras, ya tenés una. Y si abrís de par en par tu corazón, descubrirás
muchas más. Si hay mucha gente que te quiere... ¿Por qué no habrías de
quererte vos? Abrite a tu ser interior. El inmenso tesoro de tu propia vida está
al alcance de tus ojos...
Reflexión: Graciela Heger A.