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El amor es vida.

El amor divino es eterno. Dios mismo es el Amor, la Vida.

La vida humana, con todos sus sufrimientos, puede ser un anticipo del cielo si se empapa de amor.  Pero si no... puede  convertirse en un anticipo del infierno.

El amor humano, si no se renueva cada día, muere. Tarde o temprano, la hoguera de la pasión deja lugar al rescoldo de  las brasas. Es preciso ir alimentando el fuego, o las brasas acaban por convertirse en cenizas. Y entre las cenizas aparecen de nuevo, más horribles que nunca, los defectos. Se vuelven a abrir heridas mal cicatrizadas, se sacan a relucir antiguas listas de agravios. Se dice lo que nunca se debería haber dicho. Se llega a una situación insoportable, en la que  convivir parece una tortura. Una nadería se convierte en la gota que desborda el vaso...

Es la cuesta abajo por la que caen quienes se dejan arrastrar por el orgullo herido, por el exceso de amor propio. 

Es inevitable que se produzcan roces entre los que conviven. Pero basta con que uno de los dos ceda para parar la guerra. Y le toca ceder a quien tiene razón. Porque quien no la tiene, suele ser incapaz de perdonar.

Cuentan de un pobre hombre que, estando ya en el lecho de muerte, levantó una mano y entreabrió los labios, haciendo  un supremo esfuerzo por hablar.

¡Mirad, parece que quiere decir algo!  -  dijo uno de los que le acompañaban.-

¿Querrá expresar su última voluntad?  -  añadió otro -.

Os perdono a todos...   - musitó el moribundo. - 

Suerte que, de vez en cuando, Dios elige a un ser humano y lo forja, hasta hacer de él un santo.

El corazón de los santos es como una fuente de agua viva, que mana con fuerza, saciando la sed de quien se acerca a  ellos.

De su boca salen tesoros de Verdad. Sus libros contienen frases que son como monedas de oro de un tesoro  escondido.

Les copiamos una que viene al caso y que, de no haber sido pronunciada por un santo, resultaría desconcertante: 

No he tenido que aprender a perdonar, porque Dios me ha enseñado a querer.

 

Anónimo