HABLAR,
UN ACTO QUE SALVA VIDAS
Cuando
tenía doce años, escuché a una mujer mayor decirle a mi madre: "Habla
con tu hija sobre las cosas importantes de la vida; no dejes que sean las amigas
quienes le enseñen el mundo a su manera y bajo sus experiencias. Tú eres su
madre, eso nadie te lo puede arrebatar".
Yo
no entendí bien a qué se refería la señora. Al principio creí que era sobre
los novios y todo eso, pero nunca supe exactamente de qué se trataba.
Mi
madre JAMÁS hizo caso a ese consejo.
Hoy
tengo veintiseis años y una preciosa beba de un año. El otro día, al verla
dormidita recordé algunas frases que mi mamá me decía cuando yo era pequeña:
"cuando regrese quiero ver la casa limpia"; "yo me esfuerzo por
ti y mira, cómo me pagas"; "eres una holgazana, no quiero a nadie, así
en mi casa"; "si, supieras qué clase de persona fue tu padre no lo
defenderías"; "no me quieres, tú no sabes querer a nadie".
Claro
está que si me lo hubiera dicho todo junto, ya me habría suicidado.
No.
Ella lo dijo poco a poco, con esos espacios prolongados de silencio que me
helaban el alma. No sé qué me dolía más, si lo uno o lo otro.
Al
paso del tiempo llego, a una conclusión: esa mujer que fue mi madre, me
envenenó el alma, sembró en mí frialdad, desesperanza, amargura y desdén
por la vida.
Ahora,
al ver a mi hijita crecer, haciéndome reír con sus ocurrencias, me pregunto:
¿yo, qué voy a sembrar en ella? Me digo que no quiero repetir en ella mi
historia. Pero tengo tanto miedo a no darme cuenta y a caer en la posición de
mi madre... porque debo aceptarlo: mis problemas con el enojo son serios.
No
soy paciente. Cuando las cosas no salen como yo las pensé, quisiera aventar y
romper lo que hay a mi paso. A veces me doy cuenta que maltrato a mi esposo, aún
cuando él hace verdaderos
esfuerzos por contenerme y calmarme.
Ya
no lo escucho, ése es mi problema. Quisiera poder hacerlo, sobre todo en esos
momentos, y con la disposición de que su mensaje logre calmarme. ¿Por qué soy
así?
A
veces pienso si no será irremediable padecer esa "herencia neurótica"
de la que provengo... Mi punto de equilibrio para regresar a la realidad es ver
a mi niña, y considerar -como el otro día escuché- que cada bebé es
una hoja en blanco, y que la familia, en este caso yo, su madre, voy a decidir
qué escribir esa hoja.
No
quiero escribir en mi hija lo que escribieron en mí: desaprobación, rechazo,
desamor, desconfianza, amargura por la vida, y obediencia ciega a la
intolerancia, a la violencia, a la desesperación.
Anónimo